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ENGRAMAS NEURONALES
Y TEORÍA DE LA MENTE
Por Javier Monserrat
Universidad Autónoma de Madrid
RESUMEN. En el conocimiento actual del sistema nervioso tiene importancia
excepcional la estructura genérica denominada “engrama neuronal”. La actividad
nerviosa aparece así como propagación de impulsos químico-eléctricos que se
distribuyen en módulos, conectados entre sí, que contienen una compleja topología de
engramas que se activan y desactivan según esquemas lógicos muy precisos. La redes
neuronales establecen sistemas aferentes-eferentes inconscientes y mecánicos; pero son
también el soporte físico-biológico de la experiencia psíquica del qualia. Esta idea del
cerebro como red de propagación de energía por interacción de engramas debe ser un
factor decisivo en la teoría de la mente. La interacción mecanicista clásica de los
engramas puede ser hoy complementada por las intuiciones de una neurología cuántica
que explicaría de forma nueva la libertad e indeterminismo de la actividad psíquica.
Igualmente, esta idea funcional del sistema nervioso nos obliga a revisar la idoneidad de
los modelos de computación serial o conexionista (PDP), así como las propuestas del
emergentismo, epifenomenalismo, identismo, funcionalismo y fisicalismo materialista o
computacional.
La teoría de la mente actual no quiere ser especulación psicológica, o
filosófica, sobre la naturaleza de nuestra mente. Pretende ser expresión de
la forma en que la ciencia actual nos dice qué es la mente humana y cómo
en ella se fundan las diferentes vertientes de nuestra actividad psíquica.
a) Teoría de la mente
En la teoría de la mente se sintetizan conocimientos científicos, pero,
al mismo tiempo, aparece la especulación necesaria para ofrecer una
imagen congruente del complejo sistema causal del comportamiento
humano. En muchos casos la complejidad del objetivo de conocimiento en
la ciencia da una medida del nivel de especulación que será necesaria para
ofrecer respuestas congruentes, aunque sean elementales, a las preguntas
planteadas. Y esto sucede en forma sobresaliente en la teoría de la mente.
La teoría actual de la mente se formula en el marco disciplinar de la
psicología científica precisamente porque es ésta la ciencia que, en el
contexto interdisciplinar de las ciencias del hombre, recoge los diferentes
cuerpos de conocimientos empíricos y teóricos, elaborados en ciencias muy
variadas que tienen algo que decir sobre la mente humana; los analiza
conjuntamente y sintetiza la imagen que hoy nos proporcionan de ella. La
teoría psicológica de la mente sintetiza, pues, hechos y teorías provenientes
de la física, de la óptica, de la psicofísica, de la biología en general, de la neurología, de la medicina, así como los propios de la misma ciencia
psicológica; igualmente se relaciona con otras importantes disciplinas
como la epistemología, la antropología, e incluso la historia; por último,
mencionemos también las ciencias formales que ofrecen modelos para
organizar formalmente la compleja integración de conocimiento que debe
abordar la teoría de la mente. Nos referimos, entre otras, a la matemática, a
la lógica, a la teoría de sistemas que ofrecieron sus recursos desde hace
muchos años; pero hoy debemos mencionar sobre todo las ciencias del
ordenador –ingeniería y lógica del ordenador- que aplican el “modelo del
ordenador” para construir una idea computacional de la mente que es hoy,
bien para aceptarlo o rechazarlo, un punto de referencia inevitable.
Hablamos de mente. Sin embargo, ¿qué entendemos por mente? Nos
atrevemos a ofrecer incluso una definición tentativa: aquel conjunto
sistémico de recursos físicos, biológico-neurológicos y psíquicos que
sustentan en el organismo viviente humano los procesos de detección de
información y la elaboración de las respuestas adaptativas al medio en la
forma específicamente humana. Es posible una definición de mente más
amplia en que cupiera también la mente animal, pero aquí hemos limitado
la definición a la mente humana; al igual que hablamos de conocimiento
animal podríamos hablar también de una mente animal. Nadie –al que nos
podamos tomar en serio- niega que de forma fenomenológica el hombre sea
una realidad física, biológico-neurológica y psíquica. Todo ello, lo físico,
lo biológico-neurológico y lo psíquico contribuye, en una con-causalidad
sistémica, a producir el comportamiento humano. Ese complejo entramado
sistémico es lo que llamamos mente. La conciencia forma parte de la
realidad psíquica y la mente humana. Pero la mente no se identifica con la
conciencia: la conciencia puede desvanecerse y, sin embargo, el sujeto, con
el denso sistema de relaciones psicobiofísicas, no ha desaparecido y puede
producir incluso actividad inconsciente. Podemos decir que la forma de
entender cómo la conciencia, y los restantes fenómenos de la realidad
psíquica, se integran en el sistema de la mente depende de cada teoría de la
mente específica. La definición de mente propuesta es lo suficientemente
abierta para acoger el abanico de opciones actualmente existente en teoría
de la mente, incluso las teorías computacionales más radicales.
Por consiguiente, hoy no hay una “teoría de la mente”, sino “teorías de
la mente”. Es importante tener una idea clara de la topología de conjunto en
que se organiza hoy en día ese abanico de teorías. No es mi intención
exponer aquí una propuesta clasificatoria para ese conjunto de teorías, pero
sí será conveniente recordarla someramente (1).
Dado que una teoría de la mente conduce siempre a un modo de
explicar la arquitectura psíquica en su conjunto (es decir, el conjunto de
procesos psíquicos en su relación y orden interno: sensación, percepción,
conciencia, subjetualidad psicológica, atención, memoria, conocimiento, pensamiento, lenguaje, aprendizaje…), debemos advertir que las teorías de
la mente dependen radicalmente de la forma de entender, o explicar
científicamente, los procesos más básicos que son el origen del desarrollo
evolutivo de la arquitectura psíquica: a saber, los procesos de sensaciónpercepción-conciencia. Sobre ellos hay algunas opciones teóricas
fundamentales: la teoría de la percepción directa en la óptica ecológica de
Gibson y las teorías constructivistas. Estas últimas, a su vez, pueden
presentarse como constructivismo puro y como contructivismo
computacional. A estos presupuestos teóricos básicos se deben referir
siempre, de manera diversificada, los contextos teóricos más desarrollados
posteriores que integran el conjunto de la arquitectura psíquica: el
agnosticismo psicofísico interaccionista, el dualismo psicofísico, el
materialismo fisicalista, el fisicalismo lógico-computacional, la teoría de la
identidad, el identismo epifenomenalista, el identismo epifenomenalista
computacional, el identismo pampsiquista, los funcionalismos y
funcionalismos computacionales, las formas hoy residuales de la
neurología marxista, y los emergentismos. Como se ve, una amplia gama
de teorías que implican siempre una teoría básica de la mente que subyace
en su constructo explicativo de la arquitectura psíquica.
Sin embargo, en mi opinión, este amplio abanico de teorías puede
resumirse, en un esfuerzo máximo de reducción, a una posición marginal,
el dualismo, y dos posiciones con fuerza en el mundo de la ciencia: el
paradigma mecanicista-formalista-computacional y el paradigma funcionalevolutivo-emergentista. En el fondo, en resumidas cuentas, la discusión
actual se centra en elegir entre un paradigma mecanicista (renovado por el
formalismo computacional moderno) y un paradigma emergentista (que
integra también una amplia dosis de mecanicismo y computación
neuronal). Hoy pervive el punto de vista dualista. Pero también es verdad
que pertenece a escuelas filosóficas algo anacrónicas y es absolutamente
minoritario en la discusión científica actual. Los científicos, como se ve en
muchos médicos, que pudieran estar tentados de dualismo, se refugian en la
posición teórica del agnosticismo psicofísico interaccionista. El caso de
Eccles es una excepción y pocos mantienen hoy posiciones semejantes.
b) Engramas neuronales y teoría de la mente
La teoría de la mente integra, pues, gran cantidad de conocimientos.
Pero no todos tienen la misma importancia. Destacan con fuerza la
fenomenología de la actividad psíquica y del comportamiento, por una
parte, y, por otra, la neurología en todas sus vertientes. Es incuestionable
que la teoría de la mente que se proponga deberá explicar, en alguna
manera, la experiencia fenomenológica de nuestra actividad psíquica y de
nuestro comportamiento; esta experiencia constituye el explicandum, aquello que, en definitiva, debe explicar la teoría de la mente: ésta no tiene
otro objetivo científico que explicar cómo es posible lo que nosotros
advertimos fenomenológicamente. La ciencia surge siempre para explicar
los hechos y estos son aquí nuestra experiencia fenomenológica. Pero el
hombre es en realidad una entidad psicobiofísica y, por ello, lo biofísico se
encuentra en las estructuras neurológicas terminales que conectan
inmediatamente con la explicación de la actividad psíquica y del
comportamiento. La teoría de la mente deberá construirse teniendo muy en
cuenta qué nos dice hoy la neurología sobre el funcionamiento del cerebro
y, en consecuencia, cuáles podrían ser las conjeturas para entender cómo el
cerebro funda la producción de todo cuanto constituye nuestra experiencia
fenomenológica.
Más adelante, al concluir este artículo, examinaremos algunas
propuestas en teoría de la mente ante, digamos, el tribunal de apelación de
los conocimientos neurológicos actuales (y sin olvidar, además, la
experiencia fenomenológica como segundo eje de referencia esencial). El
examen versará ante todo sobre la congruencia que presentan los dos
grandes paradigmas actualmente en disputa, tal como decíamos hace un
momento, a saber, el paradigma mecanicista-formalista-conductual y el
paradigma evolutivo-funcional-emergentista. Pero antes debemos
introducirnos ya en la temática propia de este escrito, ofreciendo una
clarificación sumaria de su contenido (2).
El engrama como pieza clave de la arquitectura neuronal. La
existencia de engramas neuronales no es una especulación sino un hecho
empírico incuestionable. Es posible que, a partir del hecho de los engramas,
se intente construir una, digamos, “teoría de engramas” que interprete de
forma más general cuál es el papel y alcance de los engramas en el
funcionamiento psíquico y conductual; esta “teoría” podrá tener entonces
quizá algo de especulación, como necesariamente tienen siempre la teorías.
Sin embargo, que alguna de estas especulaciones no sea correcta no
significa que la actividad de nuestro S.N. no se funde en la formación
continua de una enorme cantidad de engramas neuronales. Así, paso a paso,
la interpretación general de la forma en que funciona el sistema neuronal
apoyándose en la formación de engramas conduce a una “teoría de
engramas”, entendida como una de las perspectivas más importantes que
nos llevaría a entender hoy la naturaleza del sistema nervioso.
Pero, como ocurre siempre en general con nuestros conocimientos
neurológicos, la teoría de engramas tiene consecuencias inmediatas sobre la
teoría de la mente. Es decir, no puede ser ignorada por la teoría de la
mente. Muy al contrario, ésta debe construirse de forma congruente con la
teoría de engramas. No hacerlo sería tan grave como construir una teoría de la mente que no estuviera en conformidad con lo que hoy sabemos sobre el
sistema nervioso y el funcionamiento del sistema neuronal.
Por consiguiente, la teoría de engramas es así pauta para examinar a
su luz las modernas teorías de la mente. Decíamos antes que, al menos en
lo fundamental, existían dos grandes paradigmas en teoría de la mente: el
paradigma mecanicista-formalista-conductual y el paradigma evolutivofuncional-emergentista. Pues bien, tal como heremos al concluir este
artículo, la teoría de engramas puede aplicarse al análisis de estos dos
grandes paradigmas; es decir, nos permite examinarlos desde el punto de
vista de su congruencia con la teoría de engramas y, en consecuencia, de su
mayor o menor congruencia con las evidencias empíricas y las teorías de la
neurología de estos momentos.
I. Origen evolutivo y naturaleza del engrama neuronal
Comenzamos haciéndonos una idea de lo que entendemos por
engrama neuronal. Será, pues, conveniente una aproximación evolutiva que
nos lleve a entender cómo nace un engrama y qué papel juega en la
adaptación y supervivencia del organismo en el medio físico. Los ejemplos
mencionados para seguir las explicaciones serán tomados preferentemente
de la ciencia de la visión. Comencemos reconstruyendo el camino
evolutivo que, de diversas formas, fue dando origen a esa estructura
centralizada de engramas que llamamos el cerebro, como pieza clave del
sistema nervioso (S.N.).
1) Formación evolutiva de los primeros engramas
Recordemos la reconstrucción de la ciencia de la visión sobre el
proceso que verosímilmente llevó al nacimiento del sentido de la vista; es
decir, del ojo como sistema biológico de detección de la luz. En una zona
de la superficie externa del organismo unas determinadas células se hacen
“sensibles” a la luz externa, esto es, a la radiación electromagnética
ambiente específica (la zona de frecuencias del espectro visible de la luz).
En esa célula –que es ya para nosotros un fotoreceptor que, junto a otros,
llegará a formar una retina- la luz produce una transformación químicoeléctrica que dispara el impulso nervioso que se transmite a lo largo de su
axón. Si ese impulso nervioso se perdiera en el organismo después de un
recorrido lineal no pasaría nada; incluso si se perdiera después de haber
transmitido el impulso nervioso a una u otras células (neuronas) distintas.
Pero la forma más obvia de terminar el impulso que se transmite es quedar
encerrado en un bucle neuronal: una estructura de neuronas, aunque sea
muy simple, cuatro o cinco neuronas (o células que transmiten ese tipo de impulso nervioso), en la que queda encerrado reverberando; es decir,
reflejándose de una neurona a otra en un bucle cerrado.
Supongamos ahora que cuando el fotoreceptor exterior recibe luz se
activa, en consecuencia, el bucle neuronal. ¿Serviría para algo? No vemos
todavía para qué. Pero supongamos, además, que ese bucle activado, bien
directamente, bien por transmisión de la activación que tiene conexión con
otro bucle, dispara el sistema motor del organismo de una determinada
forma. Existe ya una conexión entre la detección de la luz y el sistema
motor que parece indicar que la activación del bucle terminal del estímulo
luminoso podría servir para el movimiento. Algo muy parecido a esto
aconteció hace muchos millones de años en el interior de los océanos. Un
organismo viviente detectaba la luz y la consecuencia era un movimiento
hacia la superficie para encontrar una supervivencia óptima.
Tras un complejo proceso evolutivo supongamos ahora que no existe
sólo un fotoreceptor, sino una retina con miles de fotoreceptores
densamente distribuidos. Cada uno transmite su estimulación que
desemboca terminalmente en una tupida estructura de neuronas plagada de
bucles. Supongamos también que la retina ha ido hundiéndose en la piel
hasta que la superficie colindante ha ido cubriéndola, a excepción de un
pequeño orificio externo que permite todavía la entrada de luz. Al disponer
de este orificio –es decir, la estructura evolutivamente primaria de un ojo-
el animal ya no recibe la luz difusamente, sino enfocando hacia una u otra
zona del espacio. Entonces el patrón de luz que incide sobre la retina ya no
es el mismo si se apunta a un sitio o a otro; es decir, la retina ya no se
ilumina difusamente, sino de formas muy distintas correspondientes a la
variedad de patrones de luz provenientes de diferentes puntos del espacio.
Al mismo tiempo podemos entender también que esos patrones
diferentes de luz sobre la retina generan también patrones diferentes de
estimulación que se transmiten hasta generar patrones de activación
diferentes en esa tupida red de neuronas en que se forman los bucles
terminales a que nos referíamos. Así, los bucles que se generan en un
cerebro primitivo no son los mismos si toda la superficie de la retina se
estimula por una luz uniforme que si se estimula sólo en una de sus zonas
correspondiente a la forma de una “T”. El organismo puede aprender que
sólo determinados bucles de activación transmitan la activación a los
bucles que producen determinadas actuaciones motoras. Algo parecido a
esto acontece en algunos peces cuando la visión de ciertos patrones
visuales muy sencillos, y no otros, produce automatismos motrices de
comportamiento que redundan en su beneficie biológico inmediato.
Para leer más:
http://www.blogger.com/blogger.g?blogID=1753903276333094863#editor/target=post;postID=3145280400868963841
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